Ernesto Carrión | Guayaquil, 1977 | Es autor de La muerte de Caín, cuarteto formado por los poemarios: El libro de la desobediencia, Carni vale, Labor del extraviado y La bestia vencida (CCE, 2007), que es, a su vez, el primer volumen de una trilogía única titulada Ø. Del quinteto Los duelos de una cabeza sin mundo, han aparecido: Fundación de la niebla (Cascahuesos editores, Perú, 2010), Demonia factory (Zignos, Perú, 2007; Eskeletra, Ecuador, 2008; Limón Partido, México, 2009), Monsieur Monstruo (Ed. de autor, Ecuador, 2009) y Los diarios sumergidos de Calibán I (Doble Rostro editores, Ecuador, 2011). Además ha publicado: Toma esta cabeza mestiza por donde rodará un dios judío (Santa Muerte cartonera, México, 2008), la plaquette Los diarios sumergidos de Calibán (Conaculta, México, 2009), Bóveda 66 (Matapalo cartonera, Ecuador, 2010; Mantis editores, Guadalajara, 2011) y Ghetto americano (Catafixia editores, Guatemala, 2010).
Ha sido Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade (2002), Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín (2007), Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008), Finalista del II Certamen Hispanoamericano de Poesía Festival de la Lira (2009) y Becario del Fonca y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (2009).
DESCONSTRUCCIÓN DE PESSOA
Tras las máscaras máscaras me acechan.
Álvaro de Campos
El comienzo es siempre una simiente que mejora el crimen y el silencio.
O sobre el pecho, esta escalera de mundos que no llegan a ninguna puerta,
a ninguna cerradura. Que demoran mi temor de no morir ajeno,
por no decir que el tiempo me visita.
Vivir consigo mismo es tan difícil,
cuando lo único cierto es un tambor de pieles que los otros rompen
para levantar sus voces. La majestad del hueso, que asienta su cardumen,
sobre el podrido eje de una tierra fría.
¿Pero sabrá el otro, que enarbola su canto desde las entrañas,
que yo también existo? ¿qué también yo canto?
Aunque la realidad no puede ser el otro,
porque sé que tampoco soy yo mismo: un espejo astillado bajo la luz caliente...
Y la poesía, obra pura que derrota mi lugar en este sitio.
HERMOSO MONSTRUO. Reflejo fiel del ser humano que no construye
ni destruye nada. Acaso tú, la más segura de las máscaras que tuve,
la más desvergonzada; no terminarás siendo otra cuando alguien
pase tus páginas sin entenderte.
Cuando alguien piense este canto, para todos.
Álvaro de Campos
El comienzo es siempre una simiente que mejora el crimen y el silencio.
O sobre el pecho, esta escalera de mundos que no llegan a ninguna puerta,
a ninguna cerradura. Que demoran mi temor de no morir ajeno,
por no decir que el tiempo me visita.
Vivir consigo mismo es tan difícil,
cuando lo único cierto es un tambor de pieles que los otros rompen
para levantar sus voces. La majestad del hueso, que asienta su cardumen,
sobre el podrido eje de una tierra fría.
¿Pero sabrá el otro, que enarbola su canto desde las entrañas,
que yo también existo? ¿qué también yo canto?
Aunque la realidad no puede ser el otro,
porque sé que tampoco soy yo mismo: un espejo astillado bajo la luz caliente...
Y la poesía, obra pura que derrota mi lugar en este sitio.
HERMOSO MONSTRUO. Reflejo fiel del ser humano que no construye
ni destruye nada. Acaso tú, la más segura de las máscaras que tuve,
la más desvergonzada; no terminarás siendo otra cuando alguien
pase tus páginas sin entenderte.
Cuando alguien piense este canto, para todos.
LAUTREC EN MONTMARTRE
(imitación de la vida)
no habrá entre nosotros punto medio. No habrá intervalo, equilibrio o medición del sujeto por ninguna parte. Mira qué pálidos contornos trazan tus pezones en mi barba, con un sabor parecido al de la grosella, que sólo en ciertas mujeres (núbiles y coronadas por el miedo) existe para extirpar la hombría.
mira la copa digna de vencerme, y las peras de la luna que no conocerán los olmos.
la cordura que los otros piden. La calma y contrapeso, igual en la bebida, el ejercicio, la labor o el odio. (igual en el amor, que miente y miente, porque no adora su asfixia en los excesos)
ríete baronesa; y muévete conmigo al compás de la sangre hirviendo en las crestas de los gallos.
ríete, que sólo los extremos son reales. Que el bien o el mal, la castidad o la impudicia, serán siempre amuletos de la piel deshecha…
ríete y recuerda, baronesa, que todo lo que en cuerdas balancea, sólo puede ser hipocresía.
deudas que lamentan lo que somos, calladas como están.
HERREROS Y ALQUIMISTAS
[VII]
el mar existe. Y el cielo puro que cruje entre el cemento. Así la lluvia existe, y la débil danza de su aguja que va deshilachando cada sombra, que por eso dura. Y dios existe; pero igual que un gran artista de maravillosas dotes, nada tiene que ver él con su obra. Pero yo, que sólo me contemplo en el cuerpo que se apaga. Entre la multitud que asienta y que acongoja; que beso las criaturas que después no son, también existo. Yo, que he visto a las garzas nevando sobre los manglares, bebiendo la carroña del estero, iluminando las aguas detrás de nuestras casas, donde nuestro grupo humano estudia, palmo a palmo, esa moral y ese excremento que nos hace. Yo, que aún sueño poseer los mil discursos que habrán de derrotarme. Y me digo, por un día siquiera, sería bueno ver las cosas en su origen. Sería bueno que los caminos opuestos fracasaran una vez en calma. Por un día siquiera, sería bueno que el anverso y el reverso no estorbaran. Ver las cosas como hubieran sido. Porque sé que he terminado como todos, siendo el hombre que jamás deseé.
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